Un entierro
Las caras se doblaban ante la inmensa pena,
valiente por la ansiedad decidí tocar la tierra.
¿Qué más podía hacer?
Húmeda, insaciable,
cociéndose entre músculo y hueso
bajo el sol imposible de enero.
Creo en dos cosas, dije sincero,
casi sin atreverme a mirar a nadie,
mientras nadie se atrevía a llorar.
Que lo judíos deberían tener su propia tierra
y que Bryan Ferry es el cantante más grande de los setenta.
Y escarbé
y escarbé
y escarbé.